#ElPerúQueQueremos

La Delgada Línea Editorial

Publicado: 2011-07-30

Primera entrega de una brevísima novelita sobre televisión. O lo que es lo mismo: una telenovelita.

Aquella plúmbea tarde de agosto, nuestra diminuta productora de fotografía lo había conseguido casi todo: las toscas medias de lana, los borceguíes, la camisa caqui, el casacón de cuero y el bate de béisbol. Lo único que no logró encontrar fue un pantalón de mi talla. Tampoco un buen par de ray-bans que hicieran justicia al glamour más o menos sado-masoquista que exigía aquel tercer reich de ficción, de modo que, en ambos casos, se optó nomás por usar los que ya traía puestos y, a pesar de mi nulo parecido con el actor Eli Roth, pude posar para la ingeniosa fotito publicitaria perfectamente caracterizado como el sargento Donny Donowitz, el Oso Judío, la simpática bestia asesina que exterminaba prisioneros nazis triturándoles brutalmente el cráneo a garrotazos en ese enternecedor diente por diente que, con tan buen ojo, el justiciero Tarantino dio en llamar Inglorious Basterds. Tratábase, claro, de una culturosa parodia destinada al sano ejercicio del autobombo, práctica de primerísima necesidad cuando -en parajes agrestes como Lima- es menester saber nadar con gracia entre compactas colonias de malaguas, especies éstas que se caracterizan por ver siempre amenazada su babosa existencia ante la menor manifestación de cualquier forma de vida diferente de su masa coloidal. Aquella foto ilustraba el anuncio pagado que promocionaría –a página completa en los periódicos- lo que, a esas alturas, había dejado de ser primicia entre el bravío colegaje: el inminente lanzamiento de Esquina, la acariciada revista semanal que este mecanógrafo gordo, ojeroso, cansado y con ilusiones dirigiría, por fin. O, por lo menos, eso era lo que creía.

Bajo el titular de Bastardos Gloriosos,  el texto que acompañaba la agresiva imagen inventariaba, en son de joda, los más recientes portazos recibidos por mi jorobada nariz y el rosario de patadas que palpitaba, fresco todavía, en mi nobilísimo culo. Con tamaño aviso a full color, pretendíamos sacarle un poco la vuelta a esa presunta y sobredimensionada adversidad que parecía volver a cernirse sobre mi sufridito destino. Había pues que pasarse por la cara otra buena mano de color esperanza frente a la improbable salazón que parecía haber conseguido que las cosas volvieran a salir tan ridículamente chuecas y que el 2010 terminara convirtiéndose en una voraginosa sucesión de súbitas cancelaciones y despidos intempestivos. En lo que constituye un impresionante récord nunca antes visto en la historia de los mass media, solo en los primeros ocho meses del año fui botado sucesivamente de cuatro empresas periodísticas. Cuatro. A razón de una (menos) por bimestre. Dos medios impresos y dos canales de televisión. ¿No debería darme vergüenza? Habiendo tanto venerable prócer que persevera laborando orgulloso 20 años en su mismo chifa con la pared enchapada de platitos recordatorios y el mismo amor a la camiseta que el primer día. Dios tenga misericordia. No sé a ustedes, pero a mí, cuando los planes se me tuercen hasta extremos tan absurdos, a lo único que atino es a la risa convulsiva. Siéntanse, por ello, libres de soltarla a la primera que les provoque. No se repriman: ¿Adónde irá a parar ahora Beto Ortiz? –se preguntaba, con gran dramatismo y hondura existencial, el encabezado de aquel impactante aviso que jamás se publicó. La respuesta a tan tremebunda incógnita no ha sido hallada todavía.

- Tiene una llamada del diario, señor Ortiz -me dijo una mañana de verano del 2010, la telefonista de Frecuencia Latina, canal en el que yo tenía un programa nocturno que, a la sazón, se llamaba Enemigos Íntimos.

- ¿Quién me llama? –pregunté temiendo que, como de costumbre, se tratara de Elisa, la redactora de espectáculos más ladilla de toda la Vía Láctea. Pero esta vez no era ella.

- Lo llama el señor Buu Buá.

- Pásemelo- le dije, no sin cierta mala espina. Autor de una columna diaria que ha logrado hacerme llorar, el señor Buu Buá sigue siendo hasta el día de hoy, nadie se explica cómo, el director del mismo diario en el que, durante unos siete u ocho años muy tempestuosos y discontínuos, (como suelen ser los amores locos), tuve una columna dominical que se llamaba Pandemonio y que el también despedido director anterior tuvo la doble generosidad de pagar bastante mejor que los demás artículos de colaboradores así como de anunciar siempre con su respectiva reventada de cohete en primera plana. Las llamadas del señor Buu Buá eran, en realidad, bastante infrecuentes y algo me decía que lo que aquel acrisolado líder de opinión estaba a punto de decirme no me iba a alegrar el día. No sé por qué pero se me hacía difícil imaginar que estuviera llamándome para celebrar la exuberancia de mi prosa.

- Hola, Beto, ¿cómo estás?

- Yo bien, ahí. ¿Y tú?

- Bueno…¡ya te imaginarás!

- Cuéntame.

- Acá la cosa está muy movida, mira…los directores ya me tienen loco contigo: te has mandado muy fuerte contra el diario, viejo. (Cuando decía “EL” diario no se refería al suyo, claro, sino a su nave nodriza y, en consecuencia, el temible colectivo de “LOS” directores no lo incluía).

- ¿Contra el diario?, ¿en mi columna?, ¿cuándo?

- No, no, en tu columna no. ¡Anoche, en tu programa!, a mí me parece que se te está pasando un poquito la mano, viejo.

Buu Buá se refería a las sistemáticas, antipáticas alusiones que yo había hecho a la pasmosa facilidad con que los dueños del periódico más importante del Perú consiguieron hacerse de la propiedad del canal más importante del Perú. A mi hipótesis –seguramente alucinada- de que ese fuera el origen del inusitado entusiasmo que exhibían ante la posibilidad de que Toledo saliera electo presidente de nuevo.

- Perdóname pero lo que yo diga o deje de decir en mi programa no es tu cau cau, me parece.

- ¡Pero tú eres un periodista de esta casa! ¡Acá hay una línea editorial! ¡No puedes estarnos atacando así!

- Es un tema de interés público. ¿No es eso lo que me contestas tú cuando te pregunto por qué a cada rato me joden en las páginas del mismo diario en que yo escribo?

- Eso no pasa a cada rato. Estás exagerando.

- ¿Acaso no me respondes que tú no puedes intervenir porque tienes que respetar la autonomía de tus periodistas?

- ¡Es que esa es la verdad!

- Bueno, fantástico. Ya está. Ley pareja no es dura. Respeta mi autonomía también y todos contentos.

- No, pues, viejo, no vamos a poder seguir en este plan.

- ¿Me estás botando?

- Pero, ¿cómo se te ocurre?

- Es lo que parece.

- ¡Tú eres una firma importante acá! Yo te llamaba, más bien, para proponerte que te tomes…

- Que me tome…

- Que te tomes un sabático.

- ¿Un sabático?...¿un año sabático?

- ¡No, no!, ¡no tiene por qué ser un año!…¡Sólo un tiempo, unas semanas, no sé, de repente un par de meses hasta que se calmen un poco las aguas…!

- Vienen las elecciones, Buu Buá…¿a ti te parece que las aguas se van a calmar? (Continuará)


Escrito por

Beto Ortiz

Soy periodista y no tengo amigos, tengo fuentes.


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